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EL SERVICIO DE TRANSPORTE MASIVO MEGABÚS

PEREIRA

El reencuentro con la historia de Pereira significa entrar hoy a la ciudad sin puertas y aún dejarse atrapar por el halo del ayer de la aldea y el presente de la urbe. Una ciudad y un entorno regado casi religiosamente todos los días por el agua, donde el intenso verde de la vegetación y el café todavía engalanan pendientes y ondulaciones de las montañas. La lluvia providente, el manto fértil de ceniza volcánica de la tierra, la altura sobre el nivel del mar (1411 metros), el clima templado (21º C. promedio) y los bosques de niebla desgajados de las faldas de la cordillera Central, se conjugan para hacer de Pereira una confluencia de tránsito de personas, empresas y comercio que se resiste a perder la bulliciosa vida en las inmediaciones del parque Bolívar, corazón de la ciudad, y a desplazar su centralidad parroquial bajo el galope alado del Bolívar desnudo, representante del cosmopolitismo y del espíritu libre y comercial de sus gentes. El amarrillo y el rojo identifican la bandera, y el himno es una oda a la gesta de la colonización, a la libertad y a la belleza de sus mujeres.

Pereira es la capital del departamento de Risaralda y el municipio de mayor producción cafetera del mismo. También el Centro de Centros del denominado Triángulo de Oro de Colombia, conformado por las ciudades de Bogotá, Medellín y Cali. Eje del Eje Cafetero de lo que fuera el Gran Caldas (1905), y hoy de los departamentos de Caldas, Quindío (1966) y Risaralda (1967). “Aquí no hay forasteros, todos somos pereiranos”, aforismo pronunciado en 1947 por el maestro Luciano García Gómez, que de alguna manera identifica el imaginario de una vida parroquial y bucólica en las primeras décadas del siglo pasado que se resistía a renunciar a los valores de la aldea y al sabio consejo de abuelos y abuelas. Un remanso de paz en los años cincuenta que se alteró con los refugiados de la violencia (unos 50 mil) y de los “pájaros” conservadores, en un país en permanente crisis política y con abismales desigualdades sociales (se estiman unos 12 mil desplazados en Pereira). Una ciudad-región hoy, que se asfixia en lo atascos de los automóviles en las horas pico, en el zigzag del Megabús y en una recortada pista de un aeropuerto internacional donde a diario se cuentan las historias anónimas de quienes se lanzaron a buscar nuevos horizontes por todos los rincones del mundo, y a añorar por siempre la ciudad de la memoria. Según el censo del año 2005, Pereira se acercaba a la cifra de 450 mil habitantes y el departamento de Risaralda unos 897.509.

Pareciera que Pereira es una ciudad en permanente construcción y en donde todavía “lo único que se lee son las letras de cambio”, con sarcasmo señalarían algunos. La “ciudad Victoria” que renovó el centro de la ciudad y le dio una nueva cara y dinámica comercial al centro, dirían otros, y de contera desplazó a las gentes de la calle hacia un lugar menos visible y molesto. Esta es la paradoja de Pereira: la ciudad metropolitana conformada por Dosquebradas y La Virginia, que fragmenta su identidad entre numerosos imaginarios y el permanente fluir de propios y extraños; la nueva urbe que crece y se difumina hacia el occidente por las salidas a La Virginia, Cartago y Cali, con modernas casas y centros comerciales sobre las avenidas Sur y Treinta de Agosto; la ciudad con uno de los entornos turísticos más bellos de Colombia: aguas termales en Santa Rosa, parques naturales de una biodiversidad sin igual, capacidad hotelera e infraestructura de servicios públicos, fincas para el turismo y la recreación, aguas cristalinas, llanuras y suaves ondulaciones en las fértiles tierras del Valle del Cauca.

Reencontrarse con Pereira hoy, es trazar una línea del tiempo más allá de 1863 desde que la ciudad fue fundada como la Antigua Cartago o Cartago Viejo en el mismo sitio donde también se fundó la ciudad de Cartago de 1540 y se refundó la de 1541. La historia de Pereira se remonta a 10 mil años antes del presente, y tal vez más atrás cuando los antiguos pobladores del continente dejaron su huella en ondulaciones, planicies, pequeños valles y los principales afluentes de los ríos Otún y Consota que la encajonan de oriente a occidente.

Tanto el patrimonio natural como el cultural en Pereira adquieren hoy relevancia por todo lo que significa, de una parte, la riqueza en agua y biodiversidad, de otro, el legado de la orfebrería quimbaya, el Paisaje Cultural Cafetero y, en el último decenio, las exhumaciones de restos óseos humanos completos, de ladrillo y de cerámica indígena y colonial del piso de la Catedral de Nuestra Señora de la Pobreza, los cuales mediante estudios comparativos y análisis de carbono 14 reafirmaron la fundación de Cartago en el mismo sitio donde poco más de tres siglos después se levantaría la pujante villa de Pereira o villa de Robledo, como también se le conoce en homenaje a Jorge Robledo. El hallazgo de estos vestigios arqueológicos después del terremoto de 1999, junto a la intervención arquitectónica de toda la Catedral, permitieron desvestir las paredes del templo para reencontrarse con el magistral techo en madera de comino y de arquitectura “temblorera”. A tan significativo hallazgo, se sumaría otro no menos importante: El Salado en la cuenca media del río Consota con su horno de ladrillo, que ha mostrado materiales cerámicos asociados a carbón de 3350 años de antigüedad, materiales líticos de 5850 años y material cerámico de producción de sal de 2500 y 1850 años de antigüedad.

El devenir de Pereira es un acumulado de representaciones históricas en permanente construcción. Relata Heliodoro Peña Piñero (1892) en su Geografía e Historia de la Provincia del Quindío (Departamento del Cauca) que e l presbítero Remigio Antonio Cañarte, proveniente de Cartago con otras personas de la misma ciudad y a la cabeza de un grupo de colonos antioqueños, logró edificar una capilla sobre las ruinas de la antigua ciudad de Cartago y volver a oficiar misa un 24 de agosto de 1863. Un acto que se reafirmó el 30 del mismo mes y año, y que hoy es la fecha oficial de la celebración fundacional de la ciudad.

En los orígenes, Pereira era una mixtura de las colonizaciones caucana y antioqueña del siglo XIX. No obstante, si su historia ha de remontarse a 1540 cuando se fundó la ciudad de Cartago en las inmediaciones del actual centro de la ciudad, el reencuentro con su devenir traza una línea de rupturas y continuidades hasta la conquista y extinción de los quimbayas y carrapas del territorio. Hasta la refundación de la ciudad en 1541 y la posterior muerte de Jorge Robledo a manos de Sebastián de Belalcázar. Hasta las juntas de los indígenas (1542 y 1557) contra los encomenderos para escapar del pago de los tributos y los malos tratos. Hasta la explotación de sal del río Consota y la profanación de tumbas indígenas por parte de los españoles con el fin de extraer el oro y fundirlo. Una historia de resistencias que aún está por contarse y que se enlaza con la posterior guerra de exterminio contra los pijaos y otras etnias, que remontó la cordillera Central y se extendió a los llanos de Cartago y Buga en los primeros decenios del siglo XVII.

Este reencuentro histórico también significa remontarse hasta el traslado de la ciudad de Cartago, en el año de 1691, al sitio actual sobre el río La Vieja en el norte del Valle del Cauca, para lo cual se adujo el hostigamiento de indios pijaos cuando ya no había uno solo. En realidad, la solemne y melancólica procesión de las gentes, mudando en andas puertas, ventanas, ornamentos, imágenes, vasos sagrados y vestidos de culto del templo, se debía a la necesidad de acercarse al camino real que vinculaba en forma más directa a la nueva ciudad trasladada, con las ciudades de Cali, Popayán, Quito y Lima, y a las actividades agrícolas y ganaderas en las sabanas del río La Vieja y del río Cauca. Hasta finales del siglo XVII los pobladores de la ciudad designarían como su patrono titular a San Jorge y la imagen venerada era la de Nuestra Señora del Rosario. Alrededor del año de 1683 la advocación de la virgen cambiaría definitivamente a la de Nuestra Señora de la Pobreza. Reza la tradición que en los primeros años del siglo XVII a la lavadora de ropas María Ramos, en las márgenes del río Otún, se le había aparecido la virgen en el lienzo de un viejo cuadro perteneciente a la comunidad de los franciscanos.

Trasladar el arco del tiempo más atrás de la fundación de Pereira, implica también estudiar las expediciones de conquista y pacificación que salieron de Cartago hacia el Chocó (1631, 1638), y explicar la trata negrera que tejió una historia de esclavitud y comercio entre Cartago y las minas de oro de Nóvita en la primera mitad del siglo XVIII. Remontarse al levantamiento de negros en el Palenque de Cerritos (1785) y a las referencias del caserío de Sopinga o de Nigricia en la segunda mitad del siglo XIX, situado entre las confluencias de los río Cauca y Risaralda (hoy La Virginia) y una historia casi desconocida de la colonización de mulatos caucanos, negros de Marmato y zambos de Antioquia en las fértiles tierras del valle del Risaralda. Así mismo, ir más atrás del acto fundacional de Pereira en 1863, es dejarse conducir por los relatos de los viajeros del siglo XIX y las representaciones de exuberancia natural, paraísos e imágenes infernales en la ruta del Quindío por donde transitaban cerdos, animales de carga y toda clase de mercaderías, hasta llegar a las colonizaciones caucana y antioqueña y detenerse en la fundación de Santa Rosa (1544), y algunos decenios después en la de Pereira, donde se encontrarían dos formas distintas de colonización fermentadas por los deseos de tierra, los odios partidistas y las guerras inconclusas del siglo XIX.

Un poco después de la misa del padre Cañarte, el naciente poblado tomaría el nombre de Pereira en honor de José Francisco Pereira Martínez, natural de Cartago y dueño del supuesto globo de tierra en donde se hallaba situada la población; parte del cual, posteriormente, el hijo Guillermo Pereira Gamba donó a sus pobladores. Hoy se despierta una polémica al cuestionarse el “generoso” acto de la donación de las tierras de Guillermo Pereira Gamba a los pobladores de la ciudad. Este “desprendimiento” deja ver una historia de anhelos, intereses comerciales, pleitos de títulos de propiedad y linderos imprecisos. Lo cierto es que la ciudad de Pereira construyó un símbolo fundacional a partir del anhelo, “filantrópico” o comercial, de Francisco Pereira Martínez por crear una ciudad en el mismo sitio de la Antigua Cartago, y de la “donación” del globo de tierra para tal fin. Tras la familia Pereira se encuentra el imaginario de un desprendimiento, la generosidad y la fuerza de la colonización, el civismo y la capacidad de asociación de quienes forjaron el espíritu de libertad y las realizaciones materiales de la ciudad.

Pereira es un lugar privilegiado para encontrar este y otro tipo de modelos asociativos, entre los que también se cuentan las logias masónicas, anticatólicas y anticlericales (en Pereira se cuentan más de diez), los clubes liberales como el Rotary International (1934) y las diferentes expresiones del protestantismo. Estas minorías o formas modernas de sociabilidad de estructuras corporativas jerárquicas, conformada por actores sociales colectivos, permitió construir una visión muy particular del civismo en la ciudad de la que aún se enorgullecen los pereiranos raizales. De estos proyectos de “civismo” se han levantado grandes obras que van desde la Catedral de Nuestra Señora de la Pobreza de Pereira, el Hospital San Jorge, pasando por el Aeropuerto Matecaña, la Universidad Tecnológica de Pereira hasta llegar a la Villa Olímpica, entre otras.

Los primeros cincuenta años del siglo XX y en particular los años veinte de esta centuria se reconocen como la “década prodigiosa” en Pereira por la urbanización y el comercio que hicieron dar el primer salto de aldea a ciudad. Los ojos del asombro se tomaron la ciudad y con ellos las iniciativas de las personalidades públicas, de los empresarios y de algunos inmigrantes sirios y libaneses que se sumaron a los proyectos comerciales. En las décadas posteriores llegó la industria y el dinero, las bonanzas cafeteras y las aún recordadas ferias ganaderas. Este impulso marcó el sello de Pereira hasta hoy: “una mixtura de gentes donde dejan y se puede hacer”. De este bullicioso despertar viene la frase, "Pereira, la querendona, trasnochadora y morena", extraída de un poema de Luis Carlos González Mejía. Una frase que identificó a la ciudad para connotar que los pereiranos eran muy afectuosos y muy abiertos a la fiesta. Y tal vez fue cierto en aquellos decenios. Hoy la ciudad conserva el afecto de sus gentes, pero ella y sus habitantes han cambiado. Son tan variadas las representaciones de la ciudad que se necesitarían varias cuartillas para enumerarlas. En la segunda mitad del siglo XX llegaron las crisis cafeteras y la desindustrialización de la ciudad. Por supuesto, también llegaron otras iniciativas públicas y privadas, los centros comerciales, la urbanización acelerada. Como todas las ciudades grandes o intermedias de Colombia, Pereira no ha sido ajena al lavado de dinero, al narcotráfico, a las pandillas, a la violencia urbana y a las siliconas.

En medio de la crisis cafetera y de los grandes recursos naturales y culturales de la ciudad y del entorno, hoy se apuesta por una visión de Ecorregión sostenible y productiva para el 2019, sobre la base de cinco potencialidades: agricultura ecológica, agroindustria, paisaje cultural y turismo, biodiversidad (aprovechamiento de la biomasa, biocomercio y mercados verdes), prestación de servicios en educación y salud y, por último, protección y conservación del patrimonio ambiental natural.

Si Armenia y el verde del Quindío se reconocen hoy por el turismo, Manizales por la educación, la arquitectura patrimonial y las tradiciones, Pereira se ha convertido en el centro de centros comerciales y de las grandes cadenas de supermercados. La Semana Santa, cada año, adquiere más resonancia nacional por la organización y el fervor religioso. El comercio de Pereira recibe a una población de más de dos millones de compradores no solo de los tres departamentos del Eje Cafetero, sino del norte del Valle del Cauca y del noroccidente del Tolima. Así, la ciudad afirma esta vocación histórica de centro de centros.

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